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Notas de(sde mi) coyuntura

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“Gente de mi generación (y de otras) que habéis estado mirando para otro lado mientras lo desmantaleban todo: mierdas”.

Este tuit de hace nueve días fue retuiteado 19 veces y dio lugar a una conversación interesante: un buen tirón de orejas. Fue expresión poco meditada del dolor de enterarme que nos clavaban otra ley contra la que hemos estado luchando. Y caía en uno de los vicios de los que suelo quejarme: achacar a otros la responsabilidad por lo que nos pasa.

Respondía también a una de mis obsesiones recurrentes -creo que compartidas- que se puede formular así: cómo conseguir que todas esas personas que se sienten puteadas se adhieran a alguna lucha. Mi incomprensión aumenta, mes a mes, consejo de ministros tras consejo de ministros, cuando sigue habiendo personas como tú y como yo que no acaban de bajar a sumarse, ni siquiera en espíritu.

El ciclo se alarga, y aparecen manías, distorsiones, desánimos. Algunos toman notas de coyuntura enfocando realmente al ‘big picture’ y con mucha más utilidad. Éstas son notas de (des)coyuntura. Escribo desde la escucha de muchas voces, y la pelea conmigo.

Entre las personas que están movilizadas -desde más o menos antes o después del 15M- se percibe abatimiento; por ejemplo, las últimas convocatorias (#5Oct, #19O…) podrían haberse esperado más concurridas. Los ataques macro se superponen en una ola que ¿paraliza? ¿desmoviliza? Los porqués de esto no me interesan demasiado ahora, aunque no digo que no sean importantes. (Se harán muchas lecturas, probablemente entonando “cantos del cisne”, pero de este tipo se vienen haciendo desde el día 1 de la acampada de Sol).

Aquí cerca, las compañeras “movilizadas” no están en una sola cosa; prácticamente todo el mundo está en dieciesiete espacios a la vez. Las luchas, los frentes a atender van desde el trabajo de barrio hasta la lucha sectorial que prefieras -esta guerra, decía Eva Fernández, es total, omnímoda, omnicomprensiva-. Una vez que estás “activada”, apenas no hay cosa que no te movilice.

En los espacios más concretos y en los más globales -aquí, en esta ciudad, los que trabajan en otras partes pueden contradecirme- las acciones se pueblan de las mismas caras. Tras treinta meses de movilizaciones, no sorprende. En familia se está muy bien, pero para muchas es motivo de desánimo.

También hay espacios -como una plataforma de usuarios y trabajadores de la sanidad pública, aquí al lado, en La Princesa- donde ves a activistas con una media de edad de 70 años, que no podrás ver nunca en ninguna manifestación-deriva de ésas que nos gustan tanto. Son, están.

Las asambleas de barrio, como ésta en la que participo, suelen mostrar su adhesión a prácticamente cada reivindicación y convocatoria que nos llega. Desde hace muchos meses.

Entre todos, entre todas, aparecen como hongos disensos y rechazos a ciertas posturas, ciertas participaciones, ciertas identidades. Porque las identidades volvieron. Algunos no quieren “humanistas” en las asambleas, otros no quieren “gente de carné” de partidos, otros…

Estos son rechazos de gente que puede presumir de cierto “recorrido” y que pueden nacer de un cierto “malestar del activista“. Hay otros rechazos de “piel fina”. Para mí, con escaso fundamento, pero alta capacidad erosiva (como ése o ésa que dice que “el 15M” se fue al garete cuando dejó que estuviesen los okupas / los anticapitalistas / los del reiki / los de las batucadas / las feministas – táchese según proceda).

Intento recordar ante unos y otros -y para mí misma- esto: que la política es trabajar con aquél que no tiene que ver contigo / conmigo (como nos dice el pollo de cuando en cuando).

Antes de haberte manchado mucho en ese barro, todo disenso me parece mal fundamentado y discutible. Pero defenderé tu derecho al disenso en la medida en que te quedes a discutir y no te vuelvas, al cuarto de hora, a tu cuarto, a perpetuarte en estrategias pasivo-agresivas.

Y esto no es nada sencillo.

Estar aquí no es fácil. Aunque te hayan dicho otra cosa. Cuenta con que sudarás. Quiero decirte esto, pero no para que vuelvas a casa y nos dejes. Si has llegado hasta aquí, has hecho una gran parte. (En Tercer Asalto)

El disenso es la base de construir cualquier mínimo protocolo común, según mi cortísima, escasísima experiencia en todo esto.

Todos traemos identidades, más o menos fuertes, más o menos definidas. Las diferencias no pueden estar en el apriorismo, hay ciento y un mil proyectos comunes para los cuales tu “camiseta” puede no importar lo más mínimo.

Leo, en diagonal, algunas páginas de “15M: obedecer bajo la forma de rebelión”, probablemente la crítica más ácida al 15M que se ha hecho desde un sector que no sea “derecha de caspa y mantilla”. Una enmienda a la totalidad, que parece “pre-escrita”, que apenas se bajó a entender, a escuchar, lo que estaba pasando. Lo que llevamos treinta meses haciendo pasar.

El déficit democrático que encuadró la movilización desde el 2011 como uno de sus temas principales exigía -y exige- que partamos desde mínimos comunes multiplicadores. Esos mínimos pudieron ser pacatos entonces y ahora, pero también muchos activistas de largo recorrido supieron entender que, ante la falta de educación política de nuestra sociedad, había que armarse de paciencia y empezar por pedir algo tan básico como un cambio de ley electoral. (Si bien quiero que caiga el capitalismo al completo, puede que primero consiga que mis pares entiendan que las privatizaciones son un expolio de lo público…).

El acontecimiento sirvió para muchas cosas: algunas aprendimos algunos rudimentos de esto, la “participación política”; algunas traían más maleta de saberes y supieron compartir sus herramientas; también bajaron muchos penachos ante la posibilidad de sumar.

Algunas quedaron en la capa superficial del acontecimiento en su sentido más espectacular -como show-; o se desilusionaron ante la falta de resultados tangibles “inmediatos”.

Algunas se volvieron a sus casas -ahí había quedado todo, quizá-. No hace muchas semanas, repartiendo panfletos para las movilizaciones de julio, una profesora que dijo estar muy activa y concienciada nos decretó la muerte de la asamblea del barrio… hace 28 meses. Tuvimos que decirle que esos folletos se los daba la asamblea.

Poner el cuerpo no es todo lo que importa, aunque importa mucho.

Poner al menos el pensamiento, a veces, podría servir.

Quiero decir que nos gusta incluso cuando pitan desde los coches esos que podrían haber aparcado por una tarde sus fiestas, compromisos familiares o diversiones de sábado, pero está bien con que piten. Nos conformamos.

Mi obsesión son aquellos que ni siquiera con el acontecimiento, con los muchos acontecimientos, con las movilizaciones en sus plazas, en sus barrios o en sus lugares de esparcimiento, sienten que aquello vaya con ellos.

Me preocupan aquellos que en todos estos meses no han encontrado un sólo motivo para leer sus problemas personales -la falta de trabajo o la necesidad de estar un cuarenta por ciento más en el trabajo, porque han echado a media plantilla- como relatos mínimamente compartibles.

Me preocupan los vicios activistas, que también me manoteo de cuando en cuando, de generar guetos y apartes, de rechazar de forma apriorística.

Pimponeo estas reflexiones con compañeros de asamblea, uno de ellos a quien respeto muchísimo me hace ver que estoy cayendo en esos vicios -en medio de una conversación privada, en la que doy mis pareceres sobre buenas o malas movilizaciones-; me recuerda que él hace muy poco tiempo era un votante convencido del PP y estamos haciendo política juntos.

Pimponeo estas reflexiones, un domingo más, con las conversaciones sin contenido político de mis vecinos Cualquiera, de esa clase media que sigue viendo los recortes como un mal necesario, como una necesidad de sacrificio compartido. Me daría con un canto en los dientes el día que estos vecinos -o los tuyos- entiendan que se puede voltear “sacrificio compartido” por “pelea compartida”.

Que pasasen de la resignación a la acción.

Y que ese día no se encontrasen activistas resecos y amargados, que se han olvidado de cómo lidiar con la diferencia; o que no se topasen con alguien como yo, en aquel momento de ira, echándoles la culpa por todo lo que no se ha ganado. O se ha dejado perder.

//Aunque no cito más, aquí debería acreditar a unas cuantas conversaciones, de la vida real y de las redes sociales, que he tenido en las últimas semanas. Sobre todo a los que me han llevado la contraria cuando me subía a la parra de la falta de diálogo, gracias.//


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